El joven, el viejo y el burro
Erase
una vez en un pueblito muy lejano a la ciudad vivían dos viejecillos en su
granja don Carlos y doña Estela, era una comunidad de cincuenta personas, donde
todos los vecinos se conocían.
Don Carlos era un señor de unos 60 años
delgado y cansado por tantos años de trabajo pero también era muy fuerte, con
unos ojos grandes y verdes rodeados por las arrugas que había en su rostro, él
siempre estaba quejándose por algo, que porque no llovía o llovía mucho, porque
hacía calor en verano y en invierno hacia mucho frio, porque no salían sus
zanahorias, porque el gallo lo despertaba, por todo. Siempre regañaba a sus
animales por no brindar todo lo que él deseaba, la vaca leche, la gallina
huevo, la oveja lana, el buey era lento para arar, etc. jamás nada era
suficiente para él.
En
cambio doña Estela era una dulzura de mujer, siempre estaba de buenas, le
gustaba ornear postres y venderlos por el pueblo y regar su hermoso jardín de petunias,
visitaba a sus vecinos y asistía cada domingo a la iglesia, era bajita y
regordeta con su cabeza cubierta de canas y unos pequeños ojos azules que por
sus anteojos, lucían mas grandes de lo que eran.
Una
tarde después de un largo día de trabajo, regresaban los dos viejecillos a su
casa don Carlos iba quejándose de que estaba cansado de cargar y caminar todo
el día ellos vendían en el pueblo los postres de doña estela y los productos de
los animales de don Carlos.
Al
escuchar cómo se quejaba y se quejaba don Carlos un joven se le acerco y le
dijo que le vendía a su burro para que ya no tuviera que cargar y así el burro
cargaría por él, pero el anciano en vez de agradecerle su atención le molesto y
comenzó a regañar al muchacho por entrometerse le dijo que mejor se ocupara de
sus asuntos en lugar de estar de chismoso, el joven se disculpo y le dijo que
le regalaba al burro y que este le iba a dar una gran lección, don Carlos lo
rechazo y los dos viejecitos continuaron con su camino.
Al
llegar a su casa se percataron de que el burro de aquel muchacho del camino
estaba ahí afuera de su casa como esperándolos, el viejito se enojo y lo amarro
por el cuello le comenzó a gritar que se moviera de su entrada, lo jalaba por
el cuello y le daba de varazos para que caminara pero el burro no se movió así
que don Carlos se dio por vencido lo rodeo y entro a su casa, cuando volvió a
salir se dio cuenta que el burro ya no estaba afuera de su entrada, se
encontraba debajo de los arboles de manzana y le pregunto a su mujer como había
llegado hasta ahí ese burro, doña Estela muy seria le contesto yo lo lleve y
don Carlos en ese momento soltó una gran carcajada, no podía creer que si él no
había podido mover al burro, su mujer lo hiciera y con un modo burlón le
pregunto ¿y cómo lo moviste? ¿Acaso lo cargaste? Su mujer muy indignada le
contesto ¡NO! Simplemente lo tome del mecate y le dije que me acompañara a los
arboles por favor y él solito camino, de nuevo don Carlos comenzó a reír. Después
de unos días de ver que el burro no le hacía caso debido a sus malos tratos y
golpes don Carlos fue con su mujer a preguntarle si era verdad que ella había
logrado que el burro hiciera lo que ella decía y la mujer le contesto que si, y
él muy intrigado le pregunto qué es lo que hacía para que el burro obedeciera y
dona Estela le dijo “simplemente le pido las cosas por favor y cada que las
hace le doy las gracias” don Carlos con incredulidad y dudas se fue al corral a
ver al burro.
Después
de tener una hora viendo al burro se acerco y le pidió que fuera a los arboles
de manzana por favor y el burro fue, entonces él le grito ¡GRACIAS!
Al
darse cuenta que era verdad lo que su mujer le había dicho se sintió muy feliz
y fue a contarle lo que había pasado, don Carlos entendió de verdad la lección
comprendió que las cosas se piden de buena manera, diciendo por favor, con un
tono de voz adecuado y que debía ser agradecidos con quien lo ayudara, así que
desde el fondo de su corazón le dio gracias enormemente a aquel joven que le
había regalado no solo un burro sino una lección de vida.